jueves, 9 de julio de 2009










































































Apologia pro Vaticano II

En mi opinión el más grande, revolucionario y renovador concilio que ha tenido la Iglesia Católica desde su fundación ha sido el Concilio Vaticano II. Y digo esto no tanto por sus documentos, sino por el espíritu que logró imbuir en la Iglesia. Otros concilios definieron mejor aspectos concretos de la fe, pero éste supo infundir un nuevo espíritu.Y por supuesto ningún mérito más grande que la gran y formidable reforma litúrgica. Los que denuestan a ese gran concilio lo hacen por los excesos que después muchos curas cometieron en su nombre.Y ciertamente los excesos fueron muchos y terribles, porque no se puede hacer daño a la gente sencilla en algo tan sagrado como la fe o la liturgia. Hirieron a muchas almas sin ninguna piedad. El ánimo de no pocos sacerdotes recién ordenados no fue el de hacer las cosas con tacto, sino el de escandalizar lo máximo posible. Podría contar infinitas anécdotas e historias de esos años sólo de las parroquias por las que he pasado. Ahí está el verdadero origen de la reacción conservadora posterior que ha estado latente durante varios decenios y que ahora parece que echa sus tallos ya fuera de la tierra.Pero quiero recordar a esos nostálgicos de tiempos pasados, que la imagen mejorada que tienen de esa época, pasa por encima infinidad de detalles que fueron los que hicieron necesario ese concilio.Para empezar la Iglesia no está ligada a ninguna estética, ni en sus templos, ni en sus vestimentas, ni en su liturgia. Me admira este afán por lo barroco que algunos jóvenes muestran. El barroquismo y la ampulosidad es sólo una pequeña etapa temporal de esa sucesión secular que es la liturgia.Por otra parte, es indudable que el Vaticano II introdujo una frescura en las relaciones internas de la Iglesia. Antes, los aspectos formales habían ido creciendo hasta resultar cada vez más asfixiantes. Esas imágenes de grandes capas de varios metros, mucetas de armiño y toda esa parafernalia eran expresión de un espíritu, de un modo de ver y entender la Iglesia que, sin duda, nos acercaba más a los fariseos que a los pobres pescadores fundadores de nuestra Iglesia. Baste ver algunos libros de moral y manuales de confesores para darse cuenta de que habíamos errado el curso notablemente en algunos puntos. La moral adquirió tintes rígidos y rigoristas. El tono amoroso de Jesús de Nazareth quedaba muy oculto bajo algunos esquemas morales expresión de una época no solo moral, sino también puritana.La nueva liturgia fue expresión de un nuevo espíritu.Todos saben que me gusta el fasto en la liturgia, la grandiosidad de los pontificales, pero ese gusto no está reñido ni con la sencillez, ni con la simplicidad. Cuando hacemos de los aspectos accidentales de la liturgia motivo de agrio enfrentamiento, nos estamos desviando. La liturgia cuanto más bella mejor, pero no olvidemos que es un servicio, un modo de servir a los hombres a través del culto a Dios. Por lo tanto no ha de convertirse en un motivo de lucha e insatisfacción.Quiero acabar con una conclusión. La Iglesia puede evolucionar de muchas maneras, todos los caminos están abiertos. Pero de lo que estoy seguro es que el futuro no está ni en el tradicionalismo ni en la iglesia roja de Vallecas. El futuro no está ni en machacar una sacrosanta tradición por el afán de ser modernos, ni en idolatrar la tradición. La Iglesia no sólo avanza, sino que también evoluciona. Evoluciona sin cambiar el mensaje de Jesús, evoluciona fiel a sus orígenes. Y los orígenes pueden ser mucho más revolucionarios de lo que algunos amantes de lo barroco se imaginan.Petrificar es un bello infinitivo que también tuvo un pretérito imperfecto.
Mañana si Dios me da salud, haré una apólogía de la Misa del Vaticano II frente a los que la atacan.
En los últimos años ha ido ganando terreno, sobre todo entre la gente joven, la idea de que el Misal del Vaticano II supone un gran atentado contra la tradición litúrgica.Para todos aquellos a los que se les ha inculcado una cierta manía contra la misa no tridentina, me gustaría decirles que la Misa del Vaticano II fue el resultado de los estudios realizados por los mejores liturgistas del tiempo preconciliar.Un conocimiento meticuloso de la evolución de la misa desde los tiempos apostólicos, llevó a la creación de un misal que nos retrotrajera al espíritu litúrgico de los primeros siglos. Se eliminaron repeticiones acumuladas por la Historia, se enriqueció la liturgia de la Palabra, se buscaron las más antiguas liturgias de las que hay constancia para ver qué nos podían aportar a nuestras celebraciones. Y todo esto se hizo con la clara voluntad de tratar de preservar cuanto de bello y positivo habían decantado los siglos en el misal tridentino.Honestamente, todos los que critican nuestro actual misal no sé cuál es su nivel de conocimiento de los cánones sirios, o de las diversas tradiciones occidentales como la ambrosiana o la visigótica. Cualquiera que conozca de verdad el conjunto de la liturgia, reconocerá que lo que tenemos ahora es un verdadero monumento litúrgico que conjuga a la perfección lo antiguo, la tradición y la sencillez en una magnífica evolución que nos ha llevado a lo que tenemos.El Misal de Pablo VI es un tipo de misa que encaja perfectamente tanto para un gran pontifical como para una misa en el campo. Pero sobre todo nos aporta algo que se había ido perdiendo con el pasar de los siglos: la misa como banquete, la misa como cena, la misa como participación de la comunidad de una misma mesa. Esos aspectos quedan mucho mejor expresados en la nueva misa, sin quitar ni un ápice de solemnidad.Para mí la grandeza de la nueva misa es conjugar magistralmente el aspecto sacrificial con el recuerdo de que es la Última Cena. La misa actual ordinaria está mucho más cerca de las liturgias primitivas que la misa del siglo XVII.Por supuesto que este escrito mío no pretende desmerecer para nada a la misa tridentina. Mi única intención es remarcar los aciertos que supuso la introducción del nuevo misal y recordar que éste no puede ser tan incorrecto, tan inadecuado, como quieren hacernos creer algunos, puesto que Jesús quiso celebrar la Última Cena como la celebró.
Es decir, hubiera podido en esa Cena instaurar una Pascua cuyos ritos recalcaran más los aspectos mistéricos, los aspectos cultuales del Templo. Y, sin embargo, quiso primar la aproximación, la cercanía. La instauración de la Eucaristía es un Misterio que tiene más de aproximación que de segregación.No sólo eso. Sino que el mismo Redentor quiso romper en ese acto con el culto del Templo, iniciando una Nueva Alianza. Se instaura una nueva liturgia. El culto del Nuevo Pueblo de Dios no es una reforma del antiguo culto levítico, sino que es una ruptura. Por eso me parece muy bien todo lo que en la actualidad se haga para dejar claro la solemnidad de nuestros misterios, pero hay que recordar que son misterios del acercamiento de Dios a los hombres. Éste es el espíritu que movió a los sucesores de los Apóstoles autores de la constitución Sacrosanctum Concilium. De ningún modo digo que los predecesores tridentinos hubieran traicionado esta verdad. Pero ciertamente los Padres Conciliares del Vaticano II quisieron resaltar estos aspectos, que con el pasar de los siglos habían quedado menos claros al Pueblo de Dios.Por eso le deseo toda la suerte del mundo a la misa tridentina actualmente resucitada. Pero afirmar que el actual rito ordinario de la misa es menos espiritual, menos bello y menos acorde a la tradición, es no conocer la historia de la liturgia.Sin duda los integristas se preguntan una y otra vez porque Nuestro Señor no hizo una Última Cena más tradicional.





Siempre me he preocupado por el bien de la Iglesia, y con ese espíritu constructivo me gustaría dar algunos consejos a los obispos acerca del modo de vestir.Hay que partir del hecho de que los obispos visten bien. Así como el cura siempre viste mal, salvo que éste sea del Opus Dei o Legionario de Cristo, los obispos podrán tener muchos defectos, pero no éste. Los obispos visten de forma adecuada, sin estridencias, ni excesos por un lado o por otro.
No voy a seguir analizando este hecho episcopal, ni este defecto presbiteral, sino que pasaré directamente a la pequeña lista de diez sencillos consejos sobre la vestimenta episcopal.1. La cruz pectoral nunca se coloca en el bolsillo del clériman. Después uno se acostumbra y se dan hasta las entrevistas por televisión con la cruz de ese extraño modo colocada.
2. Los grises combinan muy mal con los negros. Mezclar en el clériman una variedad de jerseys grises con pantalones negros, americanas negras con camisas grises, es algo que siempre resulta mal. Claro que el cura normal no percibe esa disfunción ya que él mismo va mil veces peor.
3. De cada cien encuestados, 99 afirman que el cuello romano siempre es más elegante que la tirilla. Y hay que advertir que esta encuesta tiene un margen de error del 1%.
4. Si a pesar de todo uno desea llevar tirilla por razones sentimentales, por favor, nunca, jamás, se debe llevar mal colocada. Resulta horrible llevarla colgando o medio metida en la tela. Además, eso acaba creando costumbre y el sujeto la lleva así sin darse cuenta. Si uno decide que tiene que abrirse el botón del cuello, se extrae la tirilla y se guarda en un bolsillo.
5. La cruz pectoral nunca se lleva sobre la casulla, sino sobre el alba. Y cuando se usa casulla, ésta cubre la cruz. La razón es que uno se recubre entero con esa prenda, incluidos otros ornamentos como la estola. Por otra parte no tiene sentido multiplicar las cruces, cuando en la misa la cruz central y única pasa a ser la del altar.
6. La cruz pectoral debe ser reconocible de lejos como lo que es: una cruz. Evítese el uso de cruces abstractas.
7. La mitra de telas estampadas queda bien. Pero la mitra realizada con muy buena voluntad por la monja bordadora siempre queda mal. La mitra no es el mejor lugar para poner la palabra María, florecitas y demás diseños tan al gusto de las poéticas manos monjiles. Insisto, telas estampadas, bien. La monja bordadora, mal.
8. El uso de pins sobre la americana del clériman no es de buen gusto. Sobre el clériman no queda bien ni siquiera una crucecita en pequeño. Un clériman despejado, limpio y bien negro es el signo por excelencia, no hace falta nada más. Es elegante y correcto.
9. Evítese que en el jersey negro del clériman aparezca una marca aunque sea el cococrilo de Lacoste.
10. No sería lógico que un prelado disponiendo de magníficos báculos de plata repujada del siglo XVII bien guardados en el museo diocesano, se empeñara en seguir usando novedosos báculos ultramodernos de dudosa estética.













Qué bonito. El rey coronado sostiene una corona de espinas, mirándola, consciente de que vale más ésa que la suya.









Ceremonia

en la que se les imponía el capelo a los nuevos cardenales


Obispo antes de revestirse con los ornamentos litúrgicos.

Es anglicano, sí. Pero se le ve feliz y contento de hacerse una foto con su traje eclesiástico nuevo.